Productos agrícolas: qué son, tipos y características
Las plantas cultivables y cosechables con fines de lucro o para subsistir se conocen como productos agrícolas o cultivos. Estos pueden referirse a las partes recolectadas o a su forma más procesada. La agricultura y la acuicultura son los métodos más comunes para cultivar la mayoría de los cultivos, que pueden incluir hongos macroscópicos, como las setas, o algas marinas macroscópicas.
Indice de Contenido
Introducción
Gran parte de los cultivos se obtienen con el propósito de ser utilizados como alimentos para las personas o como alimento para el ganado. Además, algunos cultivos son recolectados directamente del medio natural, a través de la práctica de recolección intensiva, como es el caso del ginseng.
Existen diversos tipos de cultivos no destinados a la alimentación que son de gran importancia, como la horticultura, la floricultura y los cultivos industriales. La horticultura abarca plantas utilizadas para otros cultivos, como árboles frutales. La floricultura se dedica al cultivo de plantas de cama, plantas de interior, plantas de jardín, macetas con flores, hojas verdes cultivadas y flores cortadas.
Por otro lado, los cultivos industriales se producen para diferentes fines, como la obtención de fibras para la industria textil (cultivos de fibras, como el algodón), la producción de biocombustibles (cultivos energéticos y combustible de algas) o para la fabricación de medicamentos (plantas medicinales).
Historia de la agricultura arable
Hace aproximadamente 11 000 años surgió la agricultura arable, que se refiere al cultivo a gran escala de cultivos en extensiones de tierra agrícola. En el periodo final del Paleolítico, las comunidades nómadas abandonaron la recolección de alimentos para dedicarse a la agricultura. La domesticación de cereales fue un paso crucial que dio lugar al desarrollo simultáneo de sistemas agrícolas y asentamientos humanos.
Los primeros cultivos de trigo, maíz y arroz se cultivaron en áreas cercanas a los asentamientos, aunque durante mucho tiempo se consideró a Oriente Medio como la cuna de esta transformación, los investigadores han descubierto centros agrícolas que datan del mismo período en diferentes partes del mundo.
Con el tiempo, las áreas de producción se expandieron y las herramientas utilizadas por los agricultores les permitieron cultivar recursos en mayor cantidad, dando lugar a la formación de las primeras aldeas.5 El crecimiento de la población significó que se requería un mayor volumen de alimentos, por lo que las tierras agrícolas aumentaron y se inició la agricultura arable.
A lo largo de la historia, la agricultura ha experimentado una expansión continua. Los avances en sistemas de riego mejorados permitieron la producción durante diferentes estaciones, y los cereales se convirtieron en el alimento fundamental de sociedades e incluso civilizaciones. En Europa se cultivó trigo, en Asia se desarrolló el cultivo de arroz, en África se adoptó el sorgo, y en las regiones andinas se establecieron el cultivo de papa y quinoa.
Durante la Edad Media en Europa, la introducción del arado y el arado oscilante permitió un trabajo más productivo de la tierra. Los agricultores medievales trabajaban grandes extensiones de tierra siguiendo un sistema de rotación de tres años. La evolución de la agricultura medieval desempeñó un papel importante en el crecimiento de la población, la economía y las ciudades. Sin embargo, en los siglos XV y XVI, las hambrunas y otras crisis alimentarias frenaron el desarrollo de la agricultura.
A finales del siglo XVI, se produjeron importantes innovaciones agrícolas. Se desarrolló y gradualmente se introdujo la práctica del cultivo sin barbecho, lo que aceleró la producción de alimentos. Esta nueva técnica se utilizó tanto para forrajes como para cereales. Además, se mejoró el rendimiento mediante la selección de variedades más productivas.
La revolución industrial en el siglo XIX trajo avances técnicos y tecnológicos que impactaron en el desarrollo de los cultivos herbáceos. La introducción de motores de vapor y posteriormente de motores de combustión, así como el uso de fertilizantes y productos para el tratamiento de cultivos, transformaron la agricultura. Los agricultores que cultivaban para la venta comenzaron a especializarse, y cada región desarrolló su propio tipo de agricultura, ya sea centrada en cultivos de cereales o en huertas.
En la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo de semillas híbridas, especialmente el maíz híbrido, revolucionó la agricultura. Estos híbridos mejoraron los resultados de la siembra y, con frecuencia, producían plantas y frutos más resistentes y uniformes. Las semillas híbridas contribuyeron al aumento de la producción agrícola en esta época.
A principios del siglo XXI, la agricultura arable se enfrenta a nuevos desafíos que requieren métodos innovadores. La agricultura, ya sea intensiva o extensiva, busca ser sostenible y respetuosa con el medio ambiente, con el objetivo de proteger el entorno y garantizar la producción futura.
Productos agrícolas importantes
La relevancia de un cultivo varía significativamente dependiendo de la región. A nivel global, los siguientes cultivos son los principales contribuyentes al suministro de alimentos para los seres humanos (valores de kcal/persona/día para 2013 entre paréntesis): arroz (541 kcal), trigo (527 kcal), caña de azúcar y otros cultivos azucareros (200 kcal), maíz (147 kcal), aceite de soja (82 kcal), otras verduras (74 kcal), patatas (64 kcal), aceite de palma (52 kcal), yuca (37 kcal), leguminosas y pulsos (37 kcal), aceite de semilla de girasol (35 kcal), aceite de colza y mostaza (34 kcal), otras frutas (31 kcal), sorgo (28 kcal), mijo (27 kcal), maní (25 kcal), frijoles (23 kcal), batatas (22 kcal), plátanos (21 kcal), varios frutos secos (16 kcal), soja (14 kcal), aceite de semilla de algodón (13 kcal), aceite de maní (13 kcal), ñame (13 kcal).
Es importante tener en cuenta que muchos cultivos que pueden parecer menos relevantes a nivel global son sumamente importantes a nivel regional. Por ejemplo, en África, las raíces y tubérculos predominan, aportando 421 kcal/persona/día, mientras que el sorgo y el mijo contribuyen con 135 kcal y 90 kcal, respectivamente.
Domesticación de plantas
Hace aproximadamente 10.000 años, entre los ríos Tigris y Éufrates en la región de Mesopotamia (que comprende los países actuales de Irán, Irak, Turquía y Siria), las personas llevaron a cabo la domesticación de las plantas por primera vez. Recolectaban y sembraban semillas de plantas silvestres, asegurándose de proveerles la cantidad adecuada de agua y ubicándolas en áreas con la exposición solar necesaria. Semanas o meses más tarde, cuando las plantas florecían, se realizaba la cosecha de los alimentos.
Las primeras plantas domesticadas en Mesopotamia incluyeron trigo, cebada, lentejas y algunos tipos de guisantes. En otras partes del mundo, como el este de Asia, partes de África y partes de América del Norte y del Sur, también se llevaron a cabo procesos de domesticación de plantas. Entre las primeras civilizaciones, se cultivaron arroz en Asia y patatas en Sudamérica.
La domesticación de las plantas no solo se centró en la alimentación. Por ejemplo, las plantas de algodón fueron domesticadas para obtener su fibra, utilizada en la fabricación de telas. Asimismo, algunas flores, como los tulipanes, se domesticaron por su valor ornamental o decorativo.
La práctica de cultivar plantas domesticadas permitió que un número menor de personas pudiera proveer una mayor cantidad de alimentos. La estabilidad derivada de la producción regular y predecible de alimentos condujo a un aumento en la densidad de población. Las personas pudieron dedicarse a actividades más allá de la caza diaria, como viajar, comerciar y comunicarse. Los primeros asentamientos y ciudades del mundo se establecieron cerca de los campos donde se cultivaban las plantas domesticadas.
La domesticación de las plantas también impulsó avances en la fabricación de herramientas. En sus inicios, se utilizaban herramientas agrícolas hechas de piedra. Con el tiempo, se desarrollaron herramientas agrícolas de metal y, posteriormente, se comenzaron a emplear arados tirados por animales domesticados para labrar los campos.