Cosecha: concepto e impacto ambiental

La cosecha es un proceso fundamental en la agricultura que implica la recolección de productos vegetales comestibles, como frutos, semillas y hortalizas, cuando alcanzan su madurez durante la temporada adecuada. Este momento marca el fin del crecimiento de una estación o el ciclo de vida de un fruto específico. Además de la recolección en sí, el término cosechar engloba también las actividades posteriores, como la limpieza, clasificación, embalaje, almacenamiento y transporte de los productos recolectados, ya sea hacia el mercado mayorista o directamente al consumidor.

 
 

Introducción

La sincronización entre la siembra y la cosecha es una decisión crítica que involucra el equilibrio entre las condiciones climáticas y el grado de madurez de los cultivos. Factores atmosféricos como heladas, períodos fríos o calurosos fuera de temporada pueden afectar tanto la producción como la calidad de los productos. Por ejemplo, realizar una cosecha temprana puede evitar condiciones climáticas adversas, pero puede resultar en una menor cantidad y calidad de los cultivos. Por otro lado, retrasar la cosecha puede aumentar la cantidad y calidad, pero también aumenta el riesgo de exponer los cultivos a condiciones climáticas desfavorables. En resumen, determinar la fecha ideal para la cosecha implica un elemento de azar.

Cosecha

 

En granjas más pequeñas, donde la mecanización es limitada, la cosecha representa un trabajo manual intensivo durante la temporada de recolección. En cambio, en granjas más grandes y mecanizadas, es en este período cuando se emplea maquinaria pesada y sofisticada, como las cosechadoras.

La cosechadora es, sin lugar a dudas, la maquinaria agrícola más emblemática. Inicialmente diseñada para cultivos de cereales de paja como trigo, cebada, centeno y avena, su uso se ha extendido a muchos otros cultivos, gracias al desarrollo de implementos recolectores adecuados. Ahora se puede utilizar para maíz, semillas oleaginosas como colza y girasol, proteaginosas como guisantes y habas, entre otros. Además de la cosechadora, existen otras máquinas recolectoras, como las específicas para la remolacha o la patata, así como las cosechadoras-picadoras-cargadoras utilizadas para forrajes o el ensilado de maíz.

A principios del siglo XXI, en países con agricultura extensiva, era común ver cosechadoras con cabezales de corte de trigo de hasta 30 pies de ancho (aproximadamente 9 metros), con una tolva de capacidad de 8.000 a 10.000 litros (equivalente a 6 a 7,5 toneladas), capaces de cosechar un poco más de 3 hectáreas por hora.

Estas máquinas están equipadas con motores diésel de alrededor de 300 CV (220 kW) y cuentan con sensores que brindan información sobre el rendimiento del cultivo en tiempo real, la humedad del grano y el funcionamiento de los diferentes mecanismos. También cuentan con sistemas de GPS que asisten al conductor en la dirección de la máquina. Lo que en el pasado requería un gran número de personas para la siega y trilla, ahora se puede realizar con solo dos operarios: el conductor de la cosechadora y el tractorista, encargado de recibir los granos a granel en vagones tolva o carros y transportarlos a los depósitos.

Sin embargo, no todos los cultivos se pueden mecanizar fácilmente, especialmente cuando la madurez de los productos es muy escalonada en el tiempo y se requiere pasar varias veces, o cuando los productos son demasiado frágiles. Esto ocurre particularmente en el caso de ciertas frutas como las manzanas. No obstante, se están desarrollando robots para reemplazar la mano de obra humana. Además, en algunos casos, las regulaciones normativas prohíben la recolección mecánica, como sucede en ciertas AOC (Apelación de Origen Controlada).

Impacto ambiental de la cosecha

Los impactos de la cosecha varían considerablemente dependiendo de las condiciones del suelo, su vulnerabilidad y el clima.El uso de maquinaria agrícola pesada puede generar compactación del suelo, lo cual puede ser perjudicial para la productividad de los cultivos futuros, ya que dificulta la infiltración de agua y la aireación del suelo.

Además, la maquinaria agrícola puede ocasionar la muerte y perturbación de especies que anidan en los campos o habitan en los prados al momento de la cosecha. En algunos casos, el área explotada puede convertirse en una trampa ecológica, atrayendo a numerosas especies. Por otro lado, los residuos de los cultivos, como los granos de pasto, pueden servir de alimento para algunas especies después de la cosecha.

Cuando se cosechan cultivos que aún están en crecimiento, se produce un cambio en el microclima debido a la brusca disminución de la humedad tras la supresión o reducción de la evapotranspiración, así como la desaparición de la sombra protectora de las plantas. Esto puede exponer el suelo a la deshidratación y a la radiación ultravioleta si también se retiran los restos de los cultivos. Este nuevo microclima resultante es desfavorable para muchas especies.

En el pasado, se han aprovechado diversos tipos de residuos de cultivos, como la paja, el heno y las raíces, para diversos fines. Estos residuos pueden desempeñar un papel importante en la mejora de la fertilidad del suelo y en la protección contra la erosión, especialmente cuando se gestionan adecuadamente e se integran en la rotación de cultivos.

En particular, los residuos de plantas de leguminosas pueden ser beneficiosos, ya que tienen la capacidad de fijar nitrógeno atmosférico en el suelo, enriqueciéndolo con este nutriente esencial para el crecimiento de las plantas. Al incorporar estos residuos en el suelo, se promueve la liberación gradual de nutrientes durante el ciclo de descomposición, lo que contribuye a mantener o aumentar la fertilidad del suelo a lo largo del tiempo.

Además, los residuos de cultivos pueden desempeñar un papel importante en la protección del suelo contra la erosión. Al cubrir la superficie del suelo, actúan como una barrera física que reduce el impacto directo de las gotas de lluvia y el flujo de agua, ayudando a prevenir la pérdida de suelo por erosión hídrica. También ayudan a mantener la estructura del suelo, mejorando su capacidad de retención de agua y reduciendo la evaporación.

Es importante destacar que la gestión adecuada de los residuos de cultivos, como su incorporación o el uso de técnicas de manejo específicas, depende de las características del sistema agrícola y de los objetivos de producción. Una adecuada integración en la rotación de cultivos y prácticas sostenibles puede maximizar los beneficios de estos residuos para la fertilidad del suelo y la protección contra la erosión.

Daños a cultivos y malas cosechas

El daño a los cultivos se refiere a cualquier perjuicio que afecte negativamente la calidad o cantidad del rendimiento del cultivo antes de la cosecha. Este tipo de daño puede resultar en malas cosechas a gran escala y suele ser causado por influencias naturales. Eventos climáticos extremos, como sequías prolongadas, tormentas intensas, infestaciones de plagas o enfermedades de las plantas, así como desastres naturales, son las principales causas de daño a las cosechas.

Este daño puede manifestarse de diversas formas, como el ataque de escarabajos de Colorado, la pudrición de las papas, el óxido negro del grano, tormentas de granizo, daños por tormentas, erosión del suelo y otras causas relacionadas con la protección y conservación del suelo.

Las malas cosechas se caracterizan por tener un rendimiento muy bajo, lo que a menudo resulta en problemas de abastecimiento en el país afectado. En siglos anteriores, las malas cosechas solían provocar hambrunas entre la población, ya que su dieta dependía en gran medida de los productos agrícolas que no se podían conservar. Incluso los animales de granja se veían afectados por la escasez de cosechas, ya que eran alimentados con estos productos. Como consecuencia, las malas cosechas y las hambrunas resultantes a menudo desencadenaban oleadas de migración hacia otros países o continentes en el pasado.

Un ejemplo de esto es la Gran Hambruna en Irlanda a mediados de la década de 1840, que fue causada por la enfermedad de la papa. Además, factores climáticos extremos, como temperaturas extremadamente frías o calurosas, también pueden contribuir a las malas cosechas. Un ejemplo histórico de esto es el año 1816, conocido como "el año sin verano", debido a la erupción del volcán Tambora en Indonesia. Este evento volcánico provocó un enfriamiento global del clima hasta 1819.

Sin embargo, a medida que avanzó el tiempo, se desarrollaron soluciones para prevenir las malas cosechas causadas por suelos agotados o sobreutilizados. La invención de fertilizantes artificiales, como el proceso Haber-Bosch para la producción industrial de amoníaco, patentado en 1910, junto con los avances en la ciencia del suelo y la mecanización del arado con tractores en las décadas de 1920 y 1930, han contribuido significativamente a evitar las malas cosechas. Estas innovaciones permiten mejorar la fertilidad del suelo y optimizar su uso, evitando así el agotamiento y el mal uso de los recursos agrícolas.

Poscosecha

El manejo poscosecha tiene como principales objetivos preservar la frescura del producto, evitar la pérdida de humedad y ralentizar los cambios químicos no deseables, así como prevenir daños físicos, como magulladuras, con el fin de retrasar el deterioro. También es importante garantizar la higiene para reducir el riesgo de que los productos frescos puedan transportar patógenos, como residuos de agua contaminada utilizada en el lavado.

En los países en desarrollo, se estima que aproximadamente el 25 por ciento de los cereales alimentarios se pierden debido a un manejo inadecuado, deterioro e infestación de plagas. Esto significa que una cuarta parte de la producción nunca llega al consumidor para el que fue cultivada, lo que resulta en la pérdida de esfuerzo y recursos económicos invertidos en su producción. Las frutas, verduras y tubérculos son aún más susceptibles al deterioro, ya que son altamente perecederos y, si no se manipulan, cosechan y transportan correctamente, se descompondrán rápidamente y no serán aptos para el consumo humano.

Se estima que las pérdidas de batatas, plátanos, tomates y cítricos en los países en desarrollo pueden llegar al 50 por ciento, es decir, la mitad de lo que se cultiva. Reducir este desperdicio, especialmente si es económicamente viable, sería de gran importancia tanto para los productores como para los consumidores.

Después de la recolección, el procesamiento poscosecha generalmente continúa en una planta de empaque. Esto puede variar desde un simple cobertizo con sombra y agua corriente hasta una instalación sofisticada y mecanizada a gran escala con cintas transportadoras, estaciones de clasificación y empaque automatizadas, y cámaras frigoríficas. En el caso de la cosecha mecanizada, el procesamiento puede comenzar durante el propio proceso de cosecha, con la limpieza y clasificación preliminares realizadas por la maquinaria de cosecha.

Las condiciones iniciales de almacenamiento poscosecha son fundamentales para mantener la calidad del producto. Cada cultivo tiene requisitos específicos de temperatura y humedad para su almacenamiento óptimo. Además, ciertos cultivos no deben ser almacenados juntos, ya que podrían producirse interacciones químicas indeseables. En las operaciones a gran escala, se utilizan diversos métodos de enfriamiento de alta velocidad y entornos controlados por refrigeración y atmósfera para prolongar la frescura de los productos.

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Kilo tapias peralta Escobar

Soy el fundador de Corporación KRONOZ, divulgador de ciencia, amante de la naturaleza, y fiel creyente del error y superación del ser humano, “El tiempo es solo una mera ilusión, el pasado, el presente y el futuro, existen simultáneamente, como parte de un rompecabezas, sin principio ni final”.

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