Capital (economía - finanzas) Concepto e Historia

El concepto de Capital se refiere a un conjunto de recursos y una cantidad de efectivo que puede generar una serie de ingresos en el futuro. Los bienes de consumo y el dinero destinado a satisfacer las necesidades actuales no se consideran como capital según la definición económica de la teoría del capital. De esta manera, las empresas consideran como capital los activos tangibles como la tierra, los edificios, la maquinaria, los productos almacenados y las materias primas, así como los activos financieros como las acciones, los bonos y los saldos de las cuentas bancarias. Por otro lado, las propiedades de uso personal como las casas y el mobiliario, así como los bienes destinados al consumo, no se consideran capital en el sentido tradicional. Tampoco se incluye el dinero reservado para estos propósitos.

 
 

Introducción

En términos contables, el capital se define como el valor total de los bienes y activos que posee un individuo o una empresa en un momento específico, sin considerar los ingresos generados por dichos bienes a lo largo del tiempo. Para llevar un registro de sus finanzas, una empresa tendrá una cuenta de capital, que se conoce comúnmente como balance, y que refleja sus activos en un momento dado. Además, llevará una cuenta de ingresos que mostrará los flujos de activos y pasivos durante un periodo de tiempo determinado.

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En el siglo XIX, los economistas concebían el término 'capital' como una parte de la riqueza que había sido producida previamente, excluyendo la riqueza no producida como la tierra o los yacimientos minerales de su definición. Según esta interpretación, los ingresos generados por el capital se denominaban beneficios o intereses, mientras que los ingresos obtenidos por los recursos naturales se denominaban rentas. En la actualidad, los economistas contemporáneos consideran que el capital es simplemente un conjunto de bienes y dinero utilizado para producir más bienes y dinero, sin hacer distinciones como las anteriores.

Es posible diferenciar varias categorías de capital. Entre las más utilizadas se encuentra la distinción entre capital fijo y capital circulante. El capital fijo abarca aquellos medios de producción que tienen una durabilidad mayor, como es el caso de la tierra, los edificios y la maquinaria. Por otro lado, el capital circulante hace referencia a aquellos bienes no renovables como las materias primas o la energía, así como los recursos financieros necesarios para afrontar los gastos corrientes de la empresa, como el pago de salarios o el cumplimiento de otros pasivos exigidos.

Por lo general, las empresas suelen considerar capital líquido a aquellos activos que pueden ser fácilmente convertidos en efectivo, tales como los productos acabados, las acciones y los bonos. En cambio, aquellos activos que no pueden ser convertidos en efectivo con facilidad, como los edificios y las máquinas, son considerados capital fijo.

Existe otra clasificación relevante que diferencia entre el capital productivo y el capital financiero. El capital productivo abarca los bienes físicos utilizados en la producción, tales como la maquinaria y las materias primas. Mientras tanto, los pasivos de la empresa, como los títulos valores y las cantidades a recibir, se consideran capital financiero. Si se liquida el capital productivo, se reduce la capacidad productiva de la empresa, mientras que la liquidación del capital financiero solamente afecta a la distribución de los ingresos.

Historia del Capital

Desde tiempos remotos, el capital ha sido una presencia constante en las sociedades civilizadas. En los antiguos imperios del Lejano Oriente y del Oriente Próximo, y especialmente en la época grecorromana, se utilizaba el capital para la producción de una amplia gama de bienes, como tejidos, cerámica, cristalería, objetos metálicos y otros productos que se comercializaban en los mercados locales e internacionales. Este capital se manifestaba en la forma de herramientas y equipos sencillos, empleados para la producción de los bienes mencionados.

Después de la caída del Imperio romano, el comercio en Occidente disminuyó drásticamente, lo que llevó a una menor especialización en la división del trabajo y a una disminución en la utilización del capital en la producción. Durante la Edad Media, las economías se basaban principalmente en la agricultura de subsistencia, lo que significa que no se podían considerar economías capitalistas.

Con el inicio de las Cruzadas, comenzó a surgir nuevamente el comercio. Este resurgimiento del comercio se intensificó a nivel global durante la era de los descubrimientos y las colonizaciones, a finales del siglo XV. El incremento del comercio propició una mayor especialización en la división del trabajo y una automatización de la producción, lo que a su vez estimuló el crecimiento del capital.

El flujo de metales preciosos proveniente de América del Sur y Central a partir del siglo XVI permitió un incremento del intercambio comercial, así como la acumulación de capital en Europa y otros lugares del mundo. Estas riquezas contribuyeron a establecer las bases de la Revolución Industrial, la cual demandaba una mayor inversión de capital para prolongar los procesos productivos. La importancia del capital en las economías europeas occidentales y América del Norte fue tan relevante que la organización social y económica dominante desde el siglo XVIII hasta el XX se conoce como sistema capitalista o capitalismo.

Durante las primeras fases del desarrollo del capitalismo, la inversión en maquinaria y fábricas fue limitada, y el capital predominante era el capital circulante o mercantil, que se refiere a los bienes en circulación. Sin embargo, a medida que la industria evolucionaba, el capital industrial fijo, representado por instalaciones de producción y transporte como molinos, fábricas y vías férreas, se convirtió en el tipo de capital predominante.

A medida que avanzaba el siglo XIX y entraba el XX, el capital financiero comenzó a ganar terreno y a adquirir mayor importancia en forma de pasivos sobre la propiedad de los bienes de capital. Los banqueros y financieros adquirieron un control creciente sobre la producción y distribución al crear, adquirir y controlar estos pasivos. Sin embargo, después de la Gran Depresión de la década de 1930, la mayoría de los países capitalistas reemplazaron este control financiero por el control estatal. En la actualidad, el sector público tiene una gran influencia en la regulación de los flujos de capital y determina la cantidad y el tipo de capital que se crea, lo que se refleja en una parte importante de los ingresos de Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países.

Teorías del Capital

En el siglo XVIII, los fisiócratas franceses presentaron el primer sistema económico, que fue desarrollado más tarde por Adam Smith. Este trabajo llevó a la creación de la teoría clásica del capital, que fue perfeccionada por David Ricardo a principios del siglo XIX. Según la teoría clásica, el capital es el valor creado por el trabajo y se compone de dos partes: los bienes de consumo utilizados por los trabajadores y los bienes de producción utilizados en la producción para obtener rendimientos futuros. El uso de los bienes de capital aumenta la productividad del trabajo y permite la creación de plusvalía, que es la cantidad de valor producido por encima de lo necesario para mantener la fuerza laboral. Esta plusvalía es el interés o beneficio que se paga al capital. Cuando se reinvierten en la producción, los intereses o beneficios se suman al capital.

Los pensadores socialistas, entre los que se encuentra Karl Marx, compartían la concepción clásica del capital, pero añadían un matiz fundamental. Para ellos, sólo podían considerarse bienes capitales aquellos que permitían generar ingresos sin la necesidad de que su dueño trabajara. De esta forma, herramientas de un artesano o tierras de un pequeño propietario no serían considerados como capital. Según el pensamiento socialista, el capital se convierte en una fuerza dominante en la sociedad cuando un grupo reducido de personas, los capitalistas, poseen la mayor parte de los medios de producción, mientras que un grupo mayoritario, los trabajadores, recibe poco más que un salario básico a cambio de su trabajo, sin obtener ningún beneficio de la explotación de los medios de producción que manipulan en beneficio de sus propietarios.

Hacia mediados del siglo XIX, economistas británicos como Nassau William Senior y John Stuart Mill consideraban que la teoría clásica no era suficiente, ya que favorecía los argumentos socialistas. Con el fin de remplazarla, crearon una teoría psicológica del capital basada en una investigación sistemática de los motivos de la moderación o la abstinencia. Partiendo de la premisa de que la satisfacción del consumo presente es psicológicamente preferible a la satisfacción futura, afirmaban que el capital se originaba en la privación del consumo de aquellos que deseaban una compensación futura por su actual abstención. Como estas personas estaban dispuestas a renunciar al consumo presente, se podía desviar la capacidad productiva de la producción de bienes de consumo hacia la producción de bienes de capital, lo que aumentaría la capacidad productiva del país. Por tanto, al igual que el trabajo físico justifica el pago de salarios, la abstinencia justifica el pago de intereses o beneficios.

La teoría de la abstinencia, al estar fundamentada en valoraciones subjetivas, no puede ser considerada como una base sólida para un análisis económico objetivo. En particular, esta teoría no lograba explicar adecuadamente por qué la tasa de interés o los beneficios adoptaban ciertos valores en lugar de otros.

Con el objetivo de superar estas deficiencias, varios autores como el economista austriaco Eugen Böhm-Bawerk y el británico Alfred Marshall, se propusieron combinar la teoría de la abstinencia y la teoría clásica del capital. Coincidían con los teóricos de la abstinencia en que la posibilidad de obtener ganancias futuras incentivaba a las personas a ahorrar en lugar de consumir, lo que aumentaba la producción. Sin embargo, a diferencia de la teoría de la abstinencia, argumentaban que la cantidad de rendimientos dependería de la productividad derivada del capital invertido en el proceso productivo. Este aumento de capital aumentaría el tiempo necesario para obtener ganancias y retrasaría la producción de bienes de consumo. Por lo tanto, la cantidad de capital creado dependía del equilibrio entre el deseo de una satisfacción inmediata y el deseo de obtener ganancias en el futuro. Este enfoque ecléctico fue desarrollado por varios autores, incluyendo el economista estadounidense Irving Fisher.

La teoría ecléctica del capital, que intentaba unir la teoría de la abstinencia y la teoría clásica, afirmaba que el ahorro siempre tenía que ser igual a la inversión. Sin embargo, John Maynard Keynes refutó esta teoría al demostrar que la decisión de invertir en bienes de capital es independiente de la decisión de ahorrar. Según él, si las inversiones no son rentables, los individuos, empresas y bancos retendrán sus ahorros en efectivo en lugar de invertirlos, lo que se conoce como "preferencia por la liquidez". Esto puede provocar una falta de empleo del capital y, por ende, una desocupación de la mano de obra. En resumen, Keynes rechazó la idea de que el ahorro y la inversión siempre se equilibran, ya que la inversión depende de la rentabilidad esperada.

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Kilo tapias peralta Escobar

Soy el fundador de Corporación KRONOZ, divulgador de ciencia, amante de la naturaleza, y fiel creyente del error y superación del ser humano, “El tiempo es solo una mera ilusión, el pasado, el presente y el futuro, existen simultáneamente, como parte de un rompecabezas, sin principio ni final”.

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